martes, 6 de febrero de 2007

Angel Guerra Cabrera

El legado de Juan Bosch

Angel Guerra Cabrera
La Jornada


Hace unos días, a los 92 años de edad, moría Juan Bosch en República Dominicana, uno de los latinoamericanos más importantes de su generación. Destacado político por su oposición a la tiranía de Trujillo, fue también escritor de talla continental. Su narrativa ha sido valorada entre los antecedentes del realismo mágico y su labor ensayística produjo obras notables como De Cristóbal Colón a Fidel Castro, calificada de monumental por Gabriel García Márquez.
Bosch formó parte de la hornada de demócratas liberales integrada por Rómulo Betancourt, José Figueres y Luis Muñoz Marín. Pero al revés de ellos comprendió el punto de giro que significó la revolución cubana en la historia latinoamericana.
Comenzó entonces una radicalización de su pensamiento político, estimulada después por los acontecimientos en su país, que lo llevaría a reconsiderar sus concepciones anteriores. Llegó a plantear la ruptura con la dominación de Estados Unidos como la tarea principal a acometer por los pueblos al sur del río Bravo. La democracia representativa era un instrumento de esa dominación y debía ceder el paso a formas de democracia popular adecuadas a la realidad latinoamericana.
En carta dirigida a Trujillo en 1961 se refería en estos términos a los efectos en la región del telúrico cambio social en Cuba: "Ya no somos tierras sin importancia que pueden ser mantenidas fuera del foco de interés mundial. Ahora hay que pensar en nosotros y elaborar toda una teoría política y social que pueda satisfacer el hambre de libertad, de justicia y de pan del hombre americano". Y en palabras proféticas continuaba: "La fuerza resultante de la suma de los tres factores mencionados va a actuar precisamente cuando comienza la crisis para usted; sus adversarios se levantan de una postración de 31 años en el momento en que usted queda abandonado a su suerte en medio de una atmósfera política y social que no ofrece ya aire a sus pulmones...''
En efecto, Trujillo enfrentaría una profunda crisis económica y una resistencia popular ascendente. Tras largas décadas a su servicio, había dejado de ser útil a sus patrocinadores del norte, quienes temerosos de una revuelta social dieron luz verde a los trajines conspirativos de algunos de los mismos cómplices del tirano, que desembocaron en su asesinato. Pero la rebelión popular creció después de su muerte, enfilada a la derrota del régimen de opresión que había forjado.
Mediados los 70, Bosch me relató en La Habana los prolegómenos y consecuencias del golpe de Estado que puso fin a su presidencia en 1963, a los siete meses de haberla asumido.
De regreso a Dominicana del largo primer exilio había sido electo con una copiosa votación en los comicios posteriores al fin de la dictadura. Su efímero gobierno fue moderado en lo social, pero resueltamente opuesto a las presiones yanquis para que reprimiera las protestas sociales y la pujante izquierda y facilitara el territorio dominicano como base de acciones contra la Cuba revolucionaria. Esa conducta y la defensa del Estado laico unieron contra él a generales y dirigentes del trujillismo, a los empresarios y a la jerarquía católica, que con la inspiración de la CIA organizaron la asonada con el pretexto de evitar que surgiera "una nueva Cuba".
En 1965 el movimiento militar constitucionalista encabezado por el coronel Francisco Caamaño exigió el regreso de Bosch a la presidencia después de reducir con gran apoyo de masas al ejército trujillista. Como respuesta la isla fue agredida por 40 mil soldados estadunidenses, contra los que comandos populares dirigidos por Caamaño libraron épicos combates sin conocer la derrota, pero abrumados por la superioridad militar del invasor debieron aceptar una salida negociada y la convocatoria a nuevas elecciones en que tras un fraude fue electo Joaquín Balaguer, el nuevo hombre de Washington.
La invasión yanqui y la heroica resistencia de su pueblo, me confió Bosch, habían marcado definitivamente su visión del mundo. En ulteriores pláticas con él percibí una terquedad inconveniente en asuntos secundarios de alguien que abogaba a la sazón por unir en un proyecto común las fuerzas populares de su país. Pero lo que me cautivó de este hombre fueron su raigal decencia, su honestidad intelectual, su voluntad de renovación. Acaso el legado más valioso que deja a los latinoamericanos que hoy siguen pensando en un mundo alternativo como necesario y posible.

guca@laneta.apc.org

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